jueves, 10 de septiembre de 2009

sábado, 15 de agosto de 2009

17 DE AGOSTO: 159º ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL JOSÉ DE SAN MARTÍN

El 25 de febrero de 1778 José de San Martín nace en Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú, hoy provincia de Corrientes.

El 17 de agosto de 1850 muere lejos de su patria, en su casa de Boulogne-Sur-Mer, Francia, a las tres de la tarde. Tenía 72 años y había liberado un continente.

"Si algo corrobora la magnitud de la causa por la que San Martín peleaba, y que lo ennoblece, es su decisión de retirarse de cada pueblo que liberaba, entregando a sus verdaderos dueños la tierra que él había recuperado con su sacrificio." Esta frase es parte de la reflexión sobre el Libertador que escribió Ernesto Sábato. "Es un gesto absoluto de generosidad y servicio - concluye el escritor - que debería avergonzar a quienes se enriquecen empujando a sus semejantes a la peor de las miserias".
En esas líneas, Sábato habla de "un hombre al que admira". Y confiesa: "Cómo no hacerlo si yo mismo, cuando era niño, me emocionaba al escuchar a nuestras maestras de pueblo relatarnos el estoicismo y el coraje de San Martín". "Habría que pensar - propone - profundamente en los ideales que alentaban en el corazón de aquel hombre que amó su tierra, desventurada e imperfecta".

miércoles, 8 de julio de 2009

domingo, 24 de mayo de 2009

sábado, 23 de mayo de 2009

"CÓMO SE DIVERTÍAN " de Isaac Asimov

Margie incluso lo escribió aquella noche en su diario, en la página encabezada con la fecha 17 de mayo de 2157. «¡Hoy, Tommy ha encontrado un libro auténtico!»
Era un libro muy antiguo. El abuelo de Margie le había dicho una vez que, siendo pequeño, su abuelo le contó que hubo un tiempo en que todas las historias se imprimían en papel. Volvieron las páginas, amarillas y rugosas, y se sintieron tremendamente divertidos al leer palabras que permanecían inmóviles, en vez de moverse como debieran, sobre una pantalla. Y cuando se volvía a la página anterior, en ella seguían las mismas palabras que se habían leído por primera vez.
-¡Será posible! -comentó Tommy. - ¡Vaya despilfarro! Una vez acabado el libro, sólo sirve para tirarlo, creo yo. Nuestra pantalla de televisión habrá contenido ya un millón de libros, y todavía le queda sitio para muchos más. Nunca se me ocurriría tirarla.
-Ni a mí la mía - asintió Margie.
Tenía once años y no había visto tantos libros de texto como Tommy, que ya había cumplido los trece.
-¿Dónde lo encontraste? - preguntó la chiquilla.
-En mi casa - respondió él sin mirarla, ocupado en leer. - En el desván.
-¿Y de qué trata?
-De la escuela.
Margie hizo un mohín de disgusto.
-¿De la escuela? ¡Mira que escribir sobre la escuela! Odio la escuela.

Margie siempre había odiado la escuela, pero ahora más que nunca. El profesor mecánico le había señalado tema tras tema de geografía, y ella había respondido cada vez peor, hasta que su madre, meneando muy preocupada la cabeza, llamó al inspector. Se trataba de un hombrecillo rechoncho, con la cara encarnada y armado con una caja de instrumental, llena de diales y alambres. Sonrió a Margie y le dio una manzana, llevándose luego aparte al profesor.
Margie había esperado que no supiera recomponerlo. Sí que sabía. Al cabo de una hora poco más o menos, allí estaba de nuevo, grande, negro y feo, con su enorme pantalla, en la que se inscribían todas las lecciones y se formulaban las preguntas. Pero eso, al fin y al cabo no era tan malo. Margie detestaba sobre todo la ranura donde tenía que depositar los deberes y los ejercicios. Había que transcribirlos siempre al código de perforaciones que la obligaron a aprender cuando tenía seis años. El profesor mecánico calculaba la nota en menos tiempo que se precisa para respirar.
El inspector sonrió una vez acabada su tarea y luego, dando una palmadita en la cabeza de Margie, dijo a su madre:
-No es culpa de la niña, señora Jones. Creo que el sector geografía se había programado con demasiada rapidez. A veces ocurren estas cosas. Lo he puesto más despacio, a la medida de diez años. Realmente, el nivel general de los progresos de la pequeña resulta satisfactorio por completo... Y volvió a dar una palmadita en la cabeza de Margie. Ésta se sentía desilusionada. Pensaba que se llevarían al profesor. Así lo habían hecho con el de Tommy, por espacio de casi un mes, debido a que el sector de historia se había desajustado.

-¿Por qué iba a escribir alguien sobre la escuela? -preguntó a Tommy.
El chico la miró con aire de superioridad.
-Porque es una clase de escuela muy distinta a la nuestra, estúpida. El tipo de escuela que tenían hace cientos y cientos de años. -Y añadió campanudamente, recalcando las palabras: - Hace siglos.
Margie se ofendió.
-De acuerdo, no sé qué clase de escuela tenían hace tanto tiempo. - Leyó por un momento el libro por encima del hombro de Tommy y comentó: -De todos modos, había un profesor.
-¡Pues claro que había un profesor! Pero no se trataba de un maestro normal. Era un hombre.
-¿Un hombre? ¿Cómo podía ser profesor un hombre?
-Bueno... Les contaba cosas a los chicos y a las chicas y les daba deberes para casa y les hacía preguntas.
-Un hombre no es lo bastante listo para eso.
-Seguro que sí. Mi padre sabe tanto como mi maestro.
-No lo creo. Un hombre no puede saber tanto como un profesor.
-Apuesto a que mi padre sabe casi tanto como él.
Margie no estaba dispuesta a discutir tal aserto. Así que dijo:
-No me gustaría tener en casa a un hombre extraño para enseñarme.
Tommy lanzó una aguda carcajada.
-No tienes ni idea, Margie. Los profesores no vivían en casa de los alumnos. Trabajaban en un edificio especial, y todos los alumnos iban allí a escucharles.
-¿Y todos los alumnos aprendían lo mismo?
-Claro. Siempre que tuvieran la misma edad...
-Pues mi madre dice que un profesor debe adaptarse a la mente del chico o la chica a quien enseña y que a cada alumno hay que enseñarle de manera distinta.
-En aquella época no lo hacían así. Pero si no te gusta, no tienes por qué leer el libro.
-Yo no dije que no me gustara - respondió con presteza Margie.
Todo lo contrario. Ansiaba enterarse de más cosas sobre aquellas divertidas escuelas. Apenas habían llegado a la mitad, cuando la madre de Margie llamó:
-¡Margie! ¡La hora de la escuela!
-Todavía no, mamá - suplicó Margie, alzando la vista.
-¡Ahora mismo! -ordenó la señora Jones. -Probablemente es también la hora de Tommy.
-¿Me dejarás leer un poco más del libro después de la clase? -pidió Margie a Tommy.
-Ya veremos -respondió él con displicencia.
Y se marchó acto seguido, silbando y con su polvoriento libro bajo el brazo.

Margie entró en la sala de clase, próxima al dormitorio. El profesor mecánico ya la estaba esperando. Era la misma hora de todos los días, excepto el sábado y el domingo, pues su madre decía que las pequeñas aprendían mejor si lo hacían a horas regulares.
Se iluminó la pantalla y una voz dijo:
-La lección de aritmética de hoy tratará de la suma de fracciones propias. Por favor, coloque los deberes señalados ayer en la ranura correspondiente.
Margie obedeció con un suspiro. Pensaba en las escuelas antiguas, cuando el abuelo de su abuelo era un niño, cuando todos los chicos de la vecindad salían riendo y gritando al patio, se sentaban juntos en clase y regresaban en mutua compañía a casa al final de la jornada. Y como aprendían las mismas cosas, podían ayudarse mutuamente en los deberes y comentarlos.
Y los maestros eran personas...
El profesor mecánico destelló sobre la pantalla:
-Cuando sumamos las fracciones una mitad y un cuarto.
Margie siguió pensando en lo mucho que tuvo que gustarles la escuela a los chicos en los tiempos antiguos. Siguió pensando en cómo se divertían.
ISAAC ASIMOV

Título Original: The Fun They Had © 1951.